viernes, 6 de octubre de 2023

Reconocimiento al Pbro. Edgar Larrea Gallegos


 

Ocho años después de que partiste, surge este reconocimiento para ti, amado Padre Edgar, y lo agradecemos a manera de comprender cómo somos los seres humanos: "Nadie sabe lo que tiene, hasta que ya no está". Sin embargo, en la Gracia, en esos caminos inescrutables del Señor, desde que te pensó, Él te hizo, fuiste siempre de Él y, te llenó de todos los dones (como lo hace con cada ser humano) pero la diferencia fue que tú los pusiste a trabajar, y sobre todo, los regalaste a ¡Manos llenas! Él siempre te reconoció como ese ser humano tan valioso, y como ese presbítero humilde, sencillo, con ese celo tan grande porque los demás conocieran al Dios de Jesús que es inmenso Amor y lo hiciste siempre sin esperar nada de nadie, más que de Dios y de ti mismo.

Hoy la humanidad está perdida, encerrada en "sus logros" o en "sus fracasos". Tú reconocías los dones de cada persona y por eso animabas, exhortabas a que quisiéramos ponerlos en práctica.

Padre, Edgar, por favor, pide mucho por esta humanidad tan ciega, tan egoísta. Nos hemos vuelto cada vez más superficiales. Ayúdanos desde Dios a que queramos ser verdaderos hijos suyos y de nuestra Madre María de Nazareth.

Gracias Padre Edgar, por tu vida honesta, por tu tenacidad para realizar esos cantos que diariamente escuchamos, esas homilías, a pesar de casi siempre estar tan delicado de salud. Gracias de verdad por tu gran sencillez, ¡¡Hermanito del alma!!

Te agradecemos siempre tu entrega, tanto Amor derramado.

¡Nos vemos en el Cielo!

Tus hermanas Flor y Gema

Gracias Juan Jaime Larrea Gallegos por habernos proporcionado la foto de este reconocimiento.





 

jueves, 2 de julio de 2015

Padre Edgar Larrea Semblanza




"Milagro no es que Dios haga lo que tú quieres. Milagro es que tú hagas lo que Dios quiere" (Padre Edgar Larrea)



Hablar de otro ser humano es toda una empresa, porque quien conoce realmente la intimidad del ser, es Dios; sin embargo, Jesús el Señor en el evangelio de Mateo 7, 15-18 nos da un criterio que nos facilita el camino: “Por sus frutos los conocerán”: "Cuídense de esos mentirosos que pretenden hablar de parte de Dios. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. 16 Ustedes los pueden reconocer por sus acciones, pues no se cosechan uvas de los espinos ni higos de los cardos. 17 Así, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo. 18 El árbol bueno no puede dar fruto malo, ni el árbol malo dar fruto bueno. 19 Todo árbol que no da buen fruto, se corta y se echa al fuego. 20 De modo que ustedes los reconocerán por sus acciones”.

Al escribir esto con profundo respeto he decidido desnudar esta escritura de mis propias ideas, incluso estéticas o poéticas y mucho menos piadosas, ya que esto podría emborronar la espiritualidad del padre  Edgar Larrea. Por ello pido al Espíritu Santo me guíe y pueda ser simplemente un instrumento por el que la vida de este hombre entregado totalmente a Dios lleve luz, vida, paz y alegría a muchos corazones arrastrándoles a seguir a Jesús, por eso le entrego a Dios ahora mismo mi ser entero y le abro mi corazón.

Padre Edgar, ante todo, tuvo de entre muchas virtudes ejemplares, la sencillez y la amistad, amistad con Dios, con los seres humanos y con la creación entera.  Y fruto de esta sencillez, fue su desasimiento, su despojo,  su desprendimiento interior, es decir, su pobreza, para que “Otro”, así, con mayúscula, apareciera más y más en la medida en que él disminuía, pues para quien opta por el desasimiento interior, para quien se deja amar por Dios y se entrega a Él, sabe que sólo Dios es indispensable y entonces, la humildad se convierte en un estilo de vida.

Padre Edgar Larrea, fue un hombre profundo, en pocas palabras, fue un libro siempre abierto en donde quien se acercó a él, encontró a Dios. Él se supo pobre, como inmensamente rico, y porque nada tenía, lo tuvo todo y porque nada quería que no fuera honrar, obedecer y alabar a Dios en todo, es que fue inmensamente poblado por el Altísimo. Así como él se vació de sí mismo en correspondencia a la gracia, así lo llenó Dios a Él de Dios mismo; fue poblado por Dios, inhabitado por Dios.



Lo supo todo en la sencillez de saberse nada. Efectivamente fue alguien que se amó como Dios le amó y por eso pudo amar sin medida a los demás, porque nadie da lo que no tiene y para poder comenzar a amar a los demás y a Dios necesitamos comenzar por casa, necesitamos comenzar a amarnos profundamente, contemplarnos como obra maravillosa del amor de Dios.

Padre Edgar siempre supo que Dios es Dios. QUE DIOS ES. ¡Esa fue su sabiduría!

Hoy en nuestros días hemos perdido la ingenuidad y en gran parte se lo debemos a que nos hemos dejado arrastrar de los descubrimientos científicos y tecnológicos. Y con esto no estoy hablando mal de la ciencia, pues en sí misma, es admirable y también viene de Dios, sin embargo, tenemos que reconocer que este progreso no se ha realizado sin una pérdida alarmantemente considerable de la simplicidad para vivir la vida, sobre todo como Dios quiere que la vivamos.

Y el ser humano al perder esta ‘ingenuidad’, ha perdido también el secreto de la felicidad. Todas su ciencia y sus técnicas, le dejan vacío, inquieto, sólo. Sólo ante la muerte. Sólo ante sus infidelidades y las de los otros en medio del gran rebaño humano. Sólo en el encuentro con sus demonios: egoísmo, soberbia, orgullo, desaliento, no fe, desesperanza, rencores, ansiedades, depresión, etc.

El hombre comprende que absolutamente nada podrá darle una alegre y profunda confianza en la vida, a menos que recurra a una fuente que sea al mismo tiempo una vuelta al espíritu de infancia: el abandono en las manos de Dios.



Jesús el Señor en el evangelio nos dice: ‘Si no se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos’, y precisamente, en este camino que conduce al espíritu de infancia, un hombre tan simple y tan pacificado como padre Edgar Larrea Gallegos, tiene mucho qué decirnos.

Parece haber hecho carne y comprendido que “Se nos olvidó vivir, por querer tenerlo todo”, pues él vivió sin cansarse nunca ni quejarse nunca de nada, porque experimentó en todo momento que la fuerza le venía “De lo Alto” y se supo el “Servidor de todos” a ejemplo de Jesús que sonreía, que fue amable y que amó hasta el extremo de morir por todos, clavado en una cruz.

Es la sabiduría del padre Edgar Larrea, lo que estos escritos se proponen evocar: su alma, su actitud profunda ante Dios y ante los hombres.

En realidad esto no es una biografía, no es un relato histórico de la vida de este clérigo oblato benedictino, sino que es un intento reverencial de penetrar en el alma de este varón de Dios a partir de sus hechos. Y más que recurrir a la historia, recurro al Espíritu Santo y al arte que viene de lo Alto y que nos ha dado para poder ser –como diría Francisco de Asis- “un instrumento” por el cual muchos y muchas sean bendecidos por la sabiduría del padre Edgar Larrea Gallegos.



Una cualidad que le hizo engrandecer otras muchas, fue el despojo, el desapego, la pobreza interior y hasta exterior. Otra virtud fue su silencio sobre todo interior y algunas veces exterior, no muchas veces comprendido por quienes no se han dado la oportunidad de vivir la radicalidad del evangelio y quienes todavía viven en la superficie de un interior mundano y vacío.

Para vivir la vida interior que desarrolló padre Edgar, se necesita desarrollar carácter precisamente en los tiempos de crisis, en los tiempos en los que parece que “no pasa nada”. Para padre Edgar, sumirse en contemplación hiciera lo que hiciera, suponía alabar a Dios en medio de todo y esto habla ya de gran sabiduría. En las manos le vimos siempre o el Rosario, o la Biblia, o la Liturgia de las Horas, o algún libro de grandes espirituales.

Padre Edgar fue un ser humano que desde su más corta edad, comenzó a tener esa intimidad con ese Dios que es amor, perdón, ternura, dulzura, cariño y también con su Madrecita la Virgen María y esta experiencia del amor de Dios y de María, lo hizo caminar por fe durante toda su vida. Padre Edgar fue un hombre como Abraham que le entregó todo a Dios, costara lo que costara. No estoy hablando de un ángel, si no de un ser humano que tuvo defectos, caídas, pecados, pero que por sobre todo tuvo humildad para levantarse y siempre ir más arriba sobre todo en la misericordia, entendiendo a todo ser humano y dándole la misericordia que Dios toda su vida le había dado a Él.

Padre Edgar se fue con los más pobres tanto de bienes materiales como pobres espirituales aunque tuvieran grandes bienes materiales. Fuimos testigas Flor y yo en varias ocasiones, en ir a recoger personas que vivían en las periferias, en casa de cartón, para llevarlas al doctor.



Recuerdo a padre Edgar cuando él tenía 31 años de edad y yo tenía 26. Nunca lo vi con ropas finas. Siempre con su típica camiseta….sus zapatos gastados…..y después de muchos años…para poder ir a Sierra de Lobos a ver lugares para los campamentos de Merkabá….tuvo una camioneta roja despintada…..con ella duró años. Nosotras vivíamos frente a Catedral y ahí se estacionaba, así que nos dábamos cuenta….La camioneta, muchas veces se les descomponía……Luego tuvo otro coche y finalmente una camioneta blanca (medio usados los dos coches)….y en una ocasión que íbamos al Monasterio, la camioneta blanca, nos dejó…es decir, que Edgar fue desprendido EN TODO. Sabía la intrascendencia humana en cuanto a materia. Sabía de la hermosura de Dios y por encima de todo, la prefirió.

Edgar trabajó principalmente con las personas de la “periferia” como tanto predica nuestro amado Papa Actual. Padre Edgar desde siempre “hizo ruido en las calles”…..salía de grillito en el ministerio “Malaquías”….tanto ministerio que formó…..



Y es que nunca miró por sí mismo. Enfermo, muy enfermo casi siempre…si no era del estómago, era de la gripe, los bronquios, la arritmia, los ojos, la garganta, seguido le salía sangre de la nariz, eternamente constipado, últimamente las piernas, las rodillas, y que ya no sentía una gran parte de su cuerpo, mareado….y él, CON UNA SONRISA, SIN QUEJARSE.

Sabía por experiencia que para amarse a sí mismo y para amar a sus hermanos los hombres como Dios lo hacía con él, tenía que estar yendo constantemente a su interior para desde Dios encontrar su unidad en la paz verdadera del espíritu, allá, donde el ser humano se ve obligado a reencontrar su verdad.

Podría decir que padre Edgar,  era sobrio en su vida, sobrio en palabras, sobrio en gestos, sobrio en actitudes y cada vez fue haciéndose más simple, más libre, cuidando siempre de no replegarse en sí mismo, lo que lo hizo más auténtico, más desasido.

Su apoyo era sólo Dios, y por eso al repetir en su interior las palabras que aprendió de muy joven a través del padre Ignacio Larrañaga a quien admiró, escuchó y leyó muchísimas veces, y a ejemplo también de Francisco de Asís, recitaba en aquellas noches íntimas con el Altísimo “Mi Dios y mi Todo” o también: “Mi Roca, mi Fortaleza, mi Dios”, le convertían en un hombre constantemente confortado por la Gracia.

Contemplar al que Es, lo hacía consciente de que su existencia era un tallo frágil como una flor del campo y que no debía tener miedo a nada porque sabía –por la fe adulta- que estaba siempre en las mejores manos, en las manos de Dios.

Padre Edgar sabía que la vida en soledad y silencio allá en el corazón, en la mente, con las potencias puestas en Dios sólo, era benéfica, porque le permitía vivir a Dios con todas las consecuencias de una vida radical.

Pasó por noches oscuras, circunstancias adversas hasta el final de su vida, que supo aprovechar y en donde permitió a Dios acrisolarle y hacerle más hermoso en su ser incluso, hasta la hora de morir.

Muchas veces su oración se prolongaba hasta muy tarde, hasta muy noche o bien, comenzaba en su cuarto muy de madrugada. Y si digo esto es porque muchas veces platicamos de ello, hablando de la perseverancia en esa intimidad con Dios en momentos específicos.

Las veces que podía iba al Monasterio de Nuestra Señora de la Soledad para estarse a solas con el Amor y seguramente con María, pues Ella fue la inspiración de su diario vivir. Muchas, infinidad de veces nos recomendó que nunca dejáramos el Rosario, que entre más oscura fuera la noche, más nos acogiéramos a María.

Un libro que le gustó mucho fue: “En las escuela de los grandes orantes”. Y hoy puedo decir que él mismo era un gran maestro de oración a través de sus cantos, de sus prédicas, de su vida.

Fue fiel a Dios aún cuando todo pareció perder su brillo, aún en medio del vacío oscuro, cuando hasta la misma presencia divina, parece haber huido.

Durante su vida, la brújula para saber a dónde ir, qué hacer, qué actitudes tomar y qué decisiones vivir, eran esos momentos específicos con el Señor. Y estaba con Dios, como está la montaña misma sin moverse, sin rechistar, en la noche ya entrada y cortada por relámpagos, y él permaneciendo todo ocupado en recibir esa agua y ese fuego divino dejándose purificar, dejándose acrisolar, dejándose transformar, dejándose amar.

Gracias por tu “Sí” incondicional a Dios, a María, a ti mismo, a la Iglesia, a los seres humanos, a la creación entera.



SU AMOR POR MARIA







El padre Edgar Larrea Gallegos, consagró su vida, su sacerdocio y su misión a la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, Matriarka de Merkabá. 


La Madre del Señor, tuvo siempre en su vida especial relevancia. Fue su Madre del Cielo. Cuando hablaba de ella, era como si el corazón le hirviese en devoción hacia la madre de toda bondad.


Para padre Edgar, las entrañas mismas de María eran las entrañas de misericordia de Dios Bueno, desde donde sumergiéndose en la contemplación de este Misterio, concibió y dio a luz,  una intimidad con ella ininterrumpida. 


Muchas veces le escuché hablar de María nuestra Madre, exaltando su pobreza refiriéndose a Ella como la “Anawin” de Dios.


 Le ofrecía alabanzas, oraciones, su amor tiernísimo y purísimo por ella, sus cantos que nacieron de saberse siempre en sus brazos. María Santísima fue –sin dudarlo-,  su protectora y su abogada siempre, permitiéndole a él, que nutriera su vida interior, siendo también como Ella, el “Esclavo del Señor” es decir, el que ama ensimismándose en Cristo.

Nombraba a María como “Virgen del Amor” “Llena del Espíritu de Dios””Aurora del amanecer”...


Después de confiar en Dios, depositaba toda su confianza en ella; por eso la constituyó abogada suya y nos ponía a todos bajo su protección y ayunaba en su honor con suma devoción desde la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo hasta la fiesta de la Asunción. 


Por eso, cuando veía a un pobre, ya fuera físicamente, ya fuera interiormente, veía un espejo del Señor y de su madre pobre y muchas veces le vimos bajarse de la camioneta y abrazarlos. Miró igualmente en los enfermos las enfermedades que tomó Cristo sobre sí por nosotros y es que él mismo, (Padre Edgar), padeció casi desde siempre en su cuerpo y también en su espíritu pasando por grandes noches oscuras de las que finalmente, fue sacado a la visión interminable de Dios.


María siempre fue su modelo de pobreza y desprendimiento. Muchas veces me dijo: “Acógete siempre a Ella. Es tu madre del cielo. Nunca la niegues”. 


La Virgen María fue para Padre Edgar Larrea, fuente de indecible amor, inspiración en su disponibilidad incondicional a la gracia, la Mujer orante, La Mujer “Hecha silencio”, La Mujer a la Escucha, la que nunca “salió” de Dios.


Muchos y muchas se expresaban diciendo que “al salir de la oración” y al “entrar a la oración” o que “no podían entrar en oración”, a lo que él respondía: “No se trata de “entrar” ni de “salir” de la oración. Se trata de respirar en Dios como María, se trata de vivir en Él siempre como María”.


Padre Edgar, fue un hombre de fe adulta. Su fe no estuvo nunca basada en el sentimiento. Sabía que la fe es esa certeza de que Dios siempre es fiel. Su fe, fue una fe “descalza” “vacía” de todo cuanto pudiera empañar la Presencia de Dios y de la Virgen en él.


De ahí que les vivía constantemente, ininterrumpidamente hasta el final. Jean Lafrance dice que cuanto más la Virgen se hace presente a alguien, menos deja “sentir” su presencia y la razón es que ella se “eclipsa” para dejar pasar al Sol Divino, al Sol del Amor, a Jesús, al Padre Celestial, al Espíritu de Amor.


Y Padre Edgar fue como Ella, un “eclipse”, un “vidrio transparente” por el que la vida de Dios se transmitió sin cesar a todos cuantos le conocimos y convivimos con él y a todos cuantos Dios puso en su camino, durante toda su vida.


Evitó a toda costa ser interferencia, decreciendo más y más para que Dios siempre trasluciera. 


Su unión con Dios, con el Espíritu Santo fue una gracia inmensa, única y se hacía notar en esa comunión con María, la Madre del Señor, haciéndose realidad lo que Griñón de Monfort dijo: "Cuando el Espíritu Santo encuentra a María en un alma, acude a ella y allí vuela".


Padre Edgar, de la mano de María, enfrentó los miedos naturales de ser un ser humano, dejando que su corazón se empapara de las aguas del despojo, de lo “pobre”, lo “frágil”, lo liberado.


Por eso sus luchas interiores se convirtieron –como las luchas interiores de María Santísima- en canto. Sus penas, en alegrías y victorias. Su limitación en alas para volar cada vez más alto, porque cuando el hombre se enraiza en el ser de su ser es decir, en Dios, su vida es una fiesta gloriosa en donde el corazón exulta: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque Dios ha puesto sus ojos, en mi, su humilde esclava” (Lucas 1, 46)


Como María padre Edgar durante toda su vida, conservó todas estas cosas en su corazón y las meditaba. Lc 2,19.51.